Pocas cosas causan tanta satisfacción como la justicia, y si es por mano propia, mejor aún. Una tan oscura y políticamente incorrecta satisfacción que se hace difícil de revelar sin ser mal visto dentro de las fronteras del mundo civilizado, en el que a veces las hipocresías que respeten las reglas valen más que las sinceridades que las superen.
En "La chica del dragón tatuado" (basada en el best-seller "Los hombres que no amaban a las mujeres", primera parte de la trilogía "Millennium", de Stieg Larssön) dos investigadores van tras un asesino de mujeres que, como suele ocurrir, es el personaje menos pensado, el más amable y el más hospitalario. Mikael Blomkvist (Craig) es un periodista reconocido por ir a fondo en el arte de destapar ollas, con un perfil más de detective que de escritor. Lisbeth Salander (Mara), una jovencita de 23 años que está desde los 12 bajo custodia del Estado por sus desequilibrios psicológicos, es convocada por Mikael para colaborar con la pesquisa. Ella no tiene nada que perder y acepta investigar sólo los casos que le interesan, sobre todo si hay mujeres involucradas. Él ya lo perdió casi todo, pero todavía puede recuperarlo.
Lo políticamente incorrecto aparece en los métodos de esas investigaciones en las que la Policía prácticamente no mete sus parsimoniosas narices. Entre la suspicacia de ambos y las habilidades hacker de la andrógina heroína consiguen cruzar datos, espiar y llegar a conclusiones que más bien parecen de un filme de ciencia ficción, pero que el espectador termina aceptando en dos horas y media sin respiro. Mucha acción con pocos tiros y una dosis justa de sangre generan una tensión que no pasa por las obviedades de algunas películas del género.
Quienes vieron la versión europea -"Los hombres que no amaban a las mujeres", del sueco Niels Arden Oplev, 2009-, afirman que esta, la hollywoodense, no tiene nada que aportar. Y que, fiel al sello industrial, profundiza una historia de amor que no es más que una pincelada en la novela. "La chica del dragón tatuado" es una película intensa, en la que el tiempo vuela y después de la cual el cuerpo pide a gritos whisky y cigarrillos.